Han saltado a la arena los nuevos gladiadores por la paz. Espesa y larga legión de personajes dedicados a explicar por qué ahora sí los guerrilleros se han vuelto buenos muchachos que aspiran a muy poco y ese poco se les ha de conceder detrás de semejante regalo divino. El presidente de la Corte Suprema, Javier Zapata, ha dicho que "la paz está por encima de todo", con lo que nos deja claro que la axiología no es su fuerte. La paz no está por encima de todo, ni puede estarlo. Como valor de alteridad, debe inscribirse en la libertad, que es como la atmósfera en la que respiran los valores. Paz sin libertad es la esclavitud. ¿Algo más pacífico que un campo de concentración? En su frenético entusiasmo, a este jurista se le olvidó la Filosofía del Derecho.
Cómo se les olvida a los que pregonan que bien vale sacrificar la justicia, con tal de conseguir la paz. Les recordamos a esos entusiastas de la nueva religión, diríamos mejor que de la nueva beatería, que la justicia es el valor supremo del Derecho, dicho por todos los pensadores, de cualquier tendencia filosófica, que valgan la pena. Pero con tal de tener a Timo y a Márquez y a Granda tranquilos, les entregamos lo que han buscado en 50 años de terrorismo: el poder. Y se los entregamos entero, incluida la forma de vida que hemos adoptado. Porque les entregamos la libertad de conciencia, la democracia, la economía liberal, la comunicación con el mundo capitalista. Pero leamos a las Farc. Es mucho mejor que imaginar lo que dicen.
En esa apoteosis del mamertismo que es el discurso de Timochenko, dijo lo que transcribimos enseguida:
"una paz fundada en la verdadera reconciliación, en el entendimiento fraterno, en las transformaciones económicas, políticas y sociales necesarias para alcanzar el punto de equilibrio aceptable para todos. En la extirpación definitiva de las razones que alimentan la confrontación armada".
Esas razones, las que explican las bombas que ponen, las masacres que cometen, los secuestros y las extorsiones, la esclavitud de los miles de niños que se han robado, el aniquilamiento de los pueblos más humildes con sus cilindros bomba, son bien conocidas. Y Timochenko, en eso muy sincero, las recuerda. Las factorías que consumen al proletariado, la existencia de los humillados y ofendidos (la frase se la prestaron, sin regalías, a Dostoyievski) los oprimidos y explotados, el saqueo de la riqueza del país por las poderosas multinacionales, las políticas neoliberales, es decir, todas las razones de la lucha de clases y que justifican la dictadura del proletariado. Las Farc no se han movido un milímetro de su credo marxista leninista.
Sobre la duración y la técnica de los diálogos, tampoco han podido ser más claras las Farc. En obvia alusión al ministro de Defensa Rodrigo Lloreda Caicedo, cuya memoria detestan, recuerdan "que nos advertía comenzando el proceso del Caguán, que tendríamos dos años para pactar nuestra entrega". Lo que significa que dos años no son nada, para todo lo que tienen que decir. Y lo dirán con la participación directa de todos los mamertos que han nacido, y de los catecúmenos que se están ensayando para echar su discurso en La Habana. En La Habana, la ciudad capital del comunismo que queda, el que se impuso con los paredones de fusilamiento que dirigía el Che Guevara desde la cárcel de La Cabaña. El Che, por supuesto, será el ángel inspirador de estos diálogos, para aclimatar los fusilamientos contra todos los miembros de la Asociación que preside el doctor Luis Carlos Villegas. Tal vez los del "gran capital transnacional" alcancen a tomar el avión a tiempo. Los criollos dueños de las "factorías que los consumen", tendrán que enfrentar un juicio tan expedito como los del Che en La Cabaña. Se nos ocurre que Iván Márquez es un buen candidato para mover esos expedientes.
Que no digan que nos cogieron de sorpresa. Que no digan que no lo anunciaron. Para evitar ese cargo, el gran discurso termina así: "¡Hemos jurado vencer y venceremos!"